El conquistador by José Luis Corral

El conquistador by José Luis Corral

autor:José Luis Corral [Corral, José Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-22T16:00:00+00:00


13

Tiempo de pactos

Lérida, febrero de 1242.

—Los tártaros se retiran de Hungría y Polonia —anuncia Fernando de Montearagón.

El rey y Asalido de Gudal comparten mesa con el tío de Jaime, que es informado por uno de sus caballeros.

—¿Han sido vencidos? —pregunta el rey.

—No. Ha muerto su emperador Ogodei, el hijo de Gengis Kan, aquel demonio pelirrojo que surgió de las estepas y conquistó Asia. Cuando su gran kan muere, todos los generales mongoles tienen que regresar a Mongolia, estén donde estén, para asistir a una asamblea que llaman kuriltai, en la que se elige al nuevo gran kan.

—Mala práctica es esa, señores. Si nos caemos muerto en una batalla o en un asedio, no detengáis el combate ni el sitio; seguid peleando hasta obtener la victoria. Juradlo.

—Lo haremos, majestad, pero confío en que Dios nunca permita que se produzca una situación así —tercia Asalido de Gudal.

—Ayer concedimos el fuero de Huesca a los de Fraga y esta mañana hemos ratificado que Lérida sea de Aragón; esperamos que los nobles aragoneses se calmen.

—Lo están, señor, lo están. Ninguno osará alzarse contra vuestra majestad —dice el infante Fernando.

—Querido tío, vos lo hicisteis en una ocasión.

—Vuestro padre, mi hermano el rey don Pedro, había muerto y vos erais un niño, estabais en peligro y en poder de Simón de Monfort; entendí que era la mejor manera de defender nuestro reino.

—Nuestro padre cumplió con su deber como señor de esos herejes al ir en su ayuda, pero nunca debió permitir que creciera la herejía.

—Sí, debió atajarla de raíz antes de que se extendiera —apostilla el abad de Montearagón.

Jaime levanta una bandeja para coger un pedazo de carne asada y aparece un pergamino doblado debajo.

—¿Qué es esto? —pregunta el rey.

—Supongo que alguien lo ha olvidado.

Jaime coge el pergamino y lo observa unos instantes.

—Se trata de un poema.

—El alimento del alma —ironiza Asalido de Gudal.

—Está en lemosín. Lo leeremos en voz alta: «Mirad el alto rey, don Jaime, de cabellos de oro, mirad su boca grande, sus dientes blancos, su piel rosada; mirad al rey de Aragón, traidor y cobarde…». ¡Vaya!, quien lo haya escrito no nos estima mucho. Hum… ¡Aquí está! Al menos ha tenido el valor de firmarlo con su nombre. Es Sordel de Mantua —descubre divertido Jaime.

—¿Sordel, vuestro trovador? —Se extraña Fernando de Montearagón.

—Sí, Sordel. Se despidió hace una semana.

—Pero si llevaba más de cinco años en vuestra corte; ¿cómo ha podido hacer esto?

—Ha hecho todavía más —prosigue el rey—; aquí hay otro poema: «¿De qué os extrañáis, señores? El rey de Aragón no cumple su palabra y siempre actúa como un felón…». ¿Queréis que siga? Este poema es un sirventés.

—¿También es su autor ese necio Sordel? —le pregunta Fernando de Montearagón.

—Pues no. Lo firma Durán de Paernas y dice al lado que es sastre de profesión.

—¿Sastre, un poeta sastre? Nunca he oído semejante cosa.

—Pues así aparece al final de este sirventés. Leed la firma: «Durán de Paernas, sastre». —Jaime muestra el pergamino a Fernando y a Asalido.

—Habría que capturar a esos dos desbocados y cortarles la lengua —dice Asalido.



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